jueves, 15 de mayo de 2014

LA INFANCIA DE JESÚS

LA INFANCIA DE JESUS de J. M. COETZEE


COMENTARIO (José Luis Vicent)

Alguien podría decir que cualquier parecido de esta obra con FOE es pura coincidencia. Parecidas tal vez no lo son, pero coincidencias sí las hay. En ambas se sitúan personas en mundos diferentes a los considerados como normales, en ambas se llega a ellos atravesando el mar como aliado idóneo de ese aislamiento, en ambas, la figura central se encuentra inicialmente incómoda y sujeta a la protección de otra que además de ser especial, está en posesión de alguna verdad. Ambas se alimentan de historias que otros escribieron y ambas se componen de algunos personajes cuyas formas y nombres pueden reconocerse como copias distorsionadas de aquellos.

En este caso, Coetzee, en un presente continuo que te aproxima a su acción, ha rescatado en parte, un tema frecuente del pensamiento de antaño:   el de las sociedades utópicas, descargando al lector el papel de pensar en la cantidad de preguntas que presentadas veladamente compiten con las que más adelante mostrará, abierta y fatigosamente, David, el niño con quien Simón ha desembarcado.

Una sociedad amable y solidaria, que admite por igual los esfuerzos que cada uno puede dar y no tolera que alguien como Daga pretenda rendir más solo para obtener más. Álvaro y Eugenio, el primero Jefe y ambos compañeros, se muestran reticentes al progreso en ese mundo que no pretenden convertir en mejor o peor, dignificando el trabajo físico frente al más cerebral, sobre todo si se intenta sustituir en pos de una productividad irracional o en un ahorro de tiempo que no les sirva de nada.

De hecho, el tiempo libre fuera de su jornada laboral lo dedican a la siesta, a ver jugar al fútbol (no a competir), y acudir al  instituto donde mejorar sus conocimientos o habilidades.  Simón se avergüenza de que todos menos él, se esfuerzan en ser mejores ciudadanos, aunque una vez decidido, no le ayuda mucho su incomprensión por emplear dos horas en un enredo filosófico sobre mesas y sillas.


Esa actitud plana se aprecia desde el principio en Ana, recepcionista del Centro de Reubicación y modelo de “Dibujo al Natural”, a quien admite conservar los impulsos que la falta de recuerdos debía sofocar, pero ella recrimina convencida de que el gusto aviva el deseo y el deseo exige más gusto. O la propia Elena, profesora de música y madre de Fidel que acepta a David como alumno y amigo de su hijo, cuando poniendo como ejemplo la amistad de los niños asegura que ha surgido del afecto y la buena voluntad mientras que a él no le basta sin ir acompañada de una pasión que cada día le haría más exigente. Pasión que por ese afecto, y bajo la gráfica expresión “me puedes descongelar”, ella acepta a veces de forma distraída, tras negarse a una petición de matrimonio que, en otra cerebral disertación les conduciría al fracaso. Por eso le anima a que se inscriba en el “Salón Confort”, a fin de encontrar una “copia inferior” del ideal femenino. Pero su torpeza al intentar ser respetuoso en la descripción de sus necesidades provoca su inadmisión.

La tercera mujer en su vida es Inés a quien reconoce al instante como la verdadera madre de David. Ella confiesa que “haber salido de la nada” fue lo que la convenció para cambiar su buen estatus en la “Residencia” por el más modesto de los Bloques. Allí compartirá techo con su inesperado hijo al que Simón dejará para no intervenir en su educación,  aduciendo que su misión era encontrar a la madre y ya la ha cumplido a pesar de sentirse vacío e insistiendo ante las dudas de Elena, en que Inés ES su madre porque se lo dijo una “voz interior” y aunque le duela, respeta ser solo requerido para solucionarle problemas cotidianos como el atasco del váter que por fortuna se convertirá en el paso que dará pie a un ligero régimen de visitas.

David ya ha dado muestras de ser un “niño especial” venciendo a Eugenio en el ajedrez, con parodias como la del vino en casa de Daga, la “tentación” que prometía ponerle hermanitos en la barriga de Inés, o hurgando sobre la muerte hasta creer vencerla en sucesos como el del estibador Marciano ahogado en la bodega de un buque o el de Rey, el caballo desahuciado cuya misión consistía en arrastrar carros llenos de sacos y a quien Simón más adelante, un día intensamente influenciado por las capacidades del niño, lo ve flotando en el aire bajo su majestuoso control.
Se acentúan sus rarezas cuando apoyado en un Quijote ilustrado se empeña en interpretarlo a su manera aprendiendo palabras sin pasar por las letras, o asignando arbitrariamente números a las estrellas ante el temor a caer por los espacios vacíos que para él existen en una numeración ordenada.



Simón considera que el niño no debería aprender solo, pero Inés cree que David es “la luz de su vida” y se niega una y otra vez hasta el día que cumple seis años en que es inevitable la escolarización,  obligatoria en esa sociedad de pocas pero estrictas normas.

El profesor León que tilda al niño de desobediente e insubordinado lo envía a la Doctora Otxoa, quien asegura que David, un niño creativo empeñado en ser mago, echa de menos a sus verdaderos padres, y como a falta de ellos nadie lo puede impedir, el internamiento en el centro especial de Punta Arena se hace inminente.

Un último intento ante el tribunal en el que David demuestra saber leer (pasajes del Quijote alusivos a la gestación, veneración o la existencia de un Dios que puede ser nadie), sumar (con matices sobre si son peces o no son nada), y un desafío a las dudas del profesor León por tan rápido aprendizaje con que él ”es la verdad”, no consiguen alterar la decisión.

Desde que Simón, insistiendo en que “le falta algo” es dado de alta por el accidente de la grúa hasta el final, la sucesión de sugerencias bíblicas o místicas es incesante, como cuando explica a Eugenio que a David lo quieren devolver a Punta Arena porque se niega a obedecer “las reglas hechas por los hombres”, o como cuando Inés reta a la funcionaria que pretende llevárselo a que demuestre que no existen los espinos que David sorteó en su fuga y que tanto Simón como ella “creen sin haber visto”. 

Deciden alejarse de Novilla viajando en el coche del hermano de Inés bajo el nombre de “la familia de David” incluyendo al perro Bolívar cuyo valor y aprecio no radica en querer al amo sino en que le sea fiel,  en otra serie de referencias místicas no exentas de ironía, como su estancia en “Cabañas” donde un nuevo regalo de Daga guardado en una caja, provee al niño de “la capa de la invisibilidad” y de unos polvos mágicos que estallando sobre una vela le extasían hasta asegurar que puede ver el mundo entero entre resplandores. O como la inclusión del autoestopista Juan (otra alusiva denominación para quien asegura que su nombre pudo ser un número).  O como cuando el Doctor García, examinando sus ojos en Nueva Esperanza es advertido por el niño (ahora insistiendo en que su nombre no es David), de que “debería irse con ellos por su propio bien”.

Y para terminar, un comienzo: la presumible llegada a “Estrellita del Norte”. Una “nueva vida” de futuro incierto, que si asociáramos a nuestra realidad, ese niño, creciendo y perfeccionando sus cualidades increíbles, reuniría el apostolado hasta sentar las bases de la Iglesia, un elemento ausente en esa sociedad que sí cuenta con Dios pero obviamente no ha contado con ella.



En definitiva, ante la advertida división de opiniones acerca de este libro me inclino hacia el lado de los que lo aplauden, resistiéndome al contagio del escaso entusiasmo que emanan sus propios personajes.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

gracias por su nota, leí el libro y me pareció muy interesante pero no termino de entenderlo... y disculpe mi ignorancia pero que es el FOE ? desde ya muchas gracias por su atención.

GloriaB dijo...

FOE es la otra novela de Coetze, inspirada en el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, que también hemos leído y comentado en este club de lectura.

LO MÁS LEÍDO