lunes, 3 de marzo de 2014

Mi familia y otros animales 2

MI FAMILIA Y OTROS ANIMALES de G.Durrell





COMENTARIO GENERAL (José Luis Vicent)


Bueno, bueno, bueno. Confieso que en la lectura de muchos pasajes de este libro he disfrutado como un enano, es decir, como solo lo pueden hacer los niños. Sin duda no tanto como Gerry que ya adulto homenajea a su madre recién fallecida plasmando en papel las vivencias de cinco maravillosos años de su infancia en un escenario irrepetible y acompañado de su estrafalaria familia.

Seguramente apenas voy a hablar del libro. O sí. No lo sé. Lo cierto es que las primeras sensaciones fueron sin duda, tonificantes, de las que se digieren con satisfacción sin la necesidad de apelar a agotadores esfuerzos de la mente que en este caso, por fortuna, han sido absolutamente innecesarios.

Los hechos, descritos con la misma naturalidad que irradian tanto las personas que forman su familia como las que habitan la isla a pesar de sus exquisitas extravagancias, han entrado en el habitáculo de mi espíritu, de mi alma o de mis sentidos con una facilidad pasmosa, como si lo estuviera deseando, y agradecido además, de que las palabras más complejas no fueran otras que los nombres de algunos de los numerosos animalitos hábilmente descritos en el glosario final para satisfacer la curiosidad del lector más incisivo.

Si repasamos nuestra infancia, me atrevería a decir que, incluso aceptando no tener una madre como la de Gerry, tan dispuesta a dejarse llevar amablemente casi hasta el límite de la confabulación, ni unos hermanos cuyas rarezas evolucionan en la misma proporcionalidad con la que el pequeño va completando su zoo particular, casi ninguno hemos ido más allá de acariciar un par de pollitos pensando que jamás crecerían, colocar gusanos de seda en una caja llena de hojas de morera esperando ansiosamente el día de su metamorfosis,  o concedidas pequeñas brutalidades, experimentar cortando algunos rabos de lagartija o cercar con fuego a un escorpión para ver si es verdad que se inmola clavándose su propio aguijón.

Pero seguramente, de todos los animales protagonistas de este libro, sea Roger el que sintamos como más cercano. ¿Quién no ha tenido la oportunidad momentánea y muchos otros la fortuna de disfrutar cada día de la inalterable amistad de su perro?. Creo que nada sería igual en esta historia sin esa compañía continuada y envuelta siempre en las conversaciones que solo animal y amo son capaces de entender.

He estado leyendo el libro en lugares aceptados como los más normales para esta actividad nada física. En el salón de casa, tumbado en la cama a la luz de la lamparilla de noche, en el metro o incluso delante del ordenador. Sitios muy poco especiales, sin particularidades,  sin interés diría yo. Sitios que, como me di cuenta después, no eran los más apropiados para acoger textos rebosantes de naturaleza, ¡y encima con un libro electrónico!. Hubiera sido más gratificante armonizar los dos lugares: aquél desde el que se lee y aquél sobre el que se está leyendo.

Ir a un sitio, aunque fuera cercano, en el que apenas se viera, oliese o escuchase nada que el hombre hubiera sido capaz de construir alterando la esencia del entorno. Difícil papeleta. O quizá pues más lejos, sí, lo suficiente para no caer en el error de volver fácilmente.

Entonces, ¿por qué no?, allá, aupado en esa colina magistralmente descrita, los bosques de cyclamen, donde se me presentaran diáfanos los pastoreos de Yani; el científico Teodoro departiendo con Gerry de igual a igual a la puerta de su hogar laboratorio;  el archipiélago encantado al que acudían navegando sobre “la Vaca Marina” o el “Bottle-Bumtrinket”; el inconfundible hombre de las cetonias tocando la flauta envuelto en su vistosa indumentaria repleta de bolsas, sacos y jaulas; las sandías y granados de Petro en los campos de ajedrez; Taki conduciendo su barco hacia la orilla en su habitual permiso carcelario; el coche de Spiro, portador de algún recado, serpenteando por los senderos de tierra; o la villa de la familia Durrell con sus miembros enfaenados en sus cosas, Larry golpeando palabras desde las teclas de su máquina, Leslie limpiando su escopeta de dos cañones, Margo cuidando su acné y Mamá Durrel rodeada de pucheros y recetarios.

Tal vez, en sus inquietudes, el niño Gerry acompañado de sus perros con Roger abriendo camino, y cargado de  frascos llenos de escorpiones sapos o lagartos subiera a descansar al amparo del frescor de los tres olivos, y acogida mi presencia con un cordial saludo me preguntara qué era aquello que tenía entre mis manos. Yo, con una mirada circular abarcaría todo el espléndido contorno de la isla y alzando ligeramente el libro respondería: “estoy leyendo y contemplando agradecido la vida que escribirás dentro de veinte años”.


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