domingo, 9 de junio de 2013

Lo que leemos

Aquí podemos añadir los títulos de los libros que consideramos interesantes. Por ejemplo,  para  este verano, algunos que ya se recomendaron el año pasado:





Las correciones, de Jonathan Franzer



Yo confieso, de Jaume Cabré


Crematorio, de Rafael Chirbes




En la orilla, de Rafael Chirbes 





Ven y dime  cómo vives, de Agatha Christie





Tierra   desacostumbrada, de Jhumpa Lahiri  






Leer siempre:


Las novelas de Petros Markaris, Dona León, etc..., muy  entretenidas

Releer, os sorprenderéis, pues no son  relatos para niños, como nos hizo creer Walt Disney, ese "gran corruptor de menores" según Rafael Sanchez Ferlosio:

Los viajes de Gulliver, de Jonathan  Swift

Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.






Maestros antiguos, de Thomas Bernhard






Muerte de una heroína roja

 LA NOVELA NEGRA CHINA

Muerte de una heroína roja es una de las novelas del escritor chino afincado en Washington, Qiu Xiaolong. Hemos elegido esta obra para poner punto final a nuestro club de lectura, con una historia más ligera. Tras las cuatro novelas relacionadas con el tema  de este año, “El viaje como metáfora de la vida”, necesitábamos una lectura entretenida, sencilla y asequible a la mayoría de los miembros del club. Hay que tener en cuenta que las cuatro novelas de este año han supuesto un esfuerzo para muchos de nosotros, debido a su complejidad temática, su lenguaje  y su  dificultad formal. Sin duda, la más complicada ha sido Lord Jim, de Conrad, pero también pensamos que ha sido la más sugerente e interesante, por lo que quizá alguien se anime a leerla o releerla con  otra perspectiva.

Con la lectura de Muerte de una heroína roja nos hemos acercado a un género que conocemos bien: la novela negra actual. Este autor nos ha parecido interesante, no tanto por la trama criminal que investigan el inspector Chen y su ayudante el agente Yu, sino por el contexto en que se desarrolla la historia. La  aparición del cadáver de una mujer que ha sido modelo de conducta en la China socialista, pone en marcha una maquinaria investigadora que abarca desde los más altos funcionarios del partido hasta los protagonistas del despertar capitalista en la China actual. Todo un universo de personajes y situaciones, que muestran al lector cómo es la sociedad del Shangai moderno, con sus casas colectivas, sus calles abarrotadas de gente y puestos ambulantes de comida, sus  mercados, sus comercios, parques y bibliotecas.

La historia desvela los entresijos de la política de partido, el poder emergente de los nuevos ricos y las mafias relacionadas con la construcción y otros negocios avalados por  funcionarios corruptos. Como en la novela negra clásica, se confunden las instancias más altas con el hampa  siempre inmune al imperio de la ley. Pero el desarrollo del argumento y el descubrimiento del delito es más amable que en el género original, con un detective que es  funcionario del estado y también poeta, un pensador con algo de filósofo. Situado en una cómoda ambigüedad, el inspector Chen recorre el camino que le conduce a su indagación a la par que escribe poesía o realiza una investigación literaria. Sus reflexiones están salpicadas de aforismos poéticos de los escritores clásicos y contemporáneos de la literatura china, lo que hace muy agradable y sensitiva la lectura de las novelas de Xiaolong.


También resultan nuevos y sugerentes para el lector occidental los nombres de las calles y lugares, así como el vocabulario específico de objetos, sentimientos y situaciones propios de una cultura que le resulta aún exótica y lejana. A todas estas particularidades hay que añadir la crítica política, no sólo la propia de un sistema excesivamente jerarquizado y autoritario, sino la de épocas pasadas, como la revolución roja de los años 40, y  el movimiento maoísta posterior, a la que se añade la incertidumbre por la irrupción de la economía de mercado de la actualidad. Así que concluimos que esta novela nos ofrece un mosaico de temas que forman el telón de fondo de la trama policiaca, lo que resulta agradable de leer al tiempo que instructivo y motivador. Una lectura fácil y entretenida, que, junto a la última novela de Petros Márkaris, Liquidación final, nos ha alegrado la última sesión del club. GB.

Quijote capítulos 38-52

Quijote 38-52

Estos quince capítulos narran el final de las aventuras de DQ y Sancho. Culminan con el regreso a la aldea, de la que salieron al comienzo de  esta primera parte de la novela, en busca de  lances caballerescos  así como de los obligados méritos en honor a su imaginaria e ideal dama. El capítulo 38 contiene la continuación del discurso sobre las armas y las letras iniciado en el capítulo anterior. Con esta exposición, que sale de la boca de un DQ tan coherente como ingenioso, rinde Cervantes tributo a un discurso argumentativo de  raíces clásicas, muy arraigado en la tradición cultural y literaria española. Se trata de los diálogos, disputas  o debates donde se contrastaban y comparaban las virtudes y defectos de diferentes menesteres o cometidos, actitudes o creencias. A la conocida y popular disputa  sobre las bondades amatorias del caballero y del clérigo, se suma ahora la que confronta las ventajas del oficio del soldado con las del hombre de letras.

Caricaturas de uno y otro aparte, el argumento por el que nuestro caballero  defiende el trabajo del soldado, se funda en la afirmación de que la profesión de las armas exige tanta o más inteligencia y  entendimiento para tener éxito en las artes de la guerra, que la que usan aquellos que sólo ejercitan el espíritu. Además –dice DQ- el soldado es más sacrificado y generoso que el licenciado, pues la miseria de su paga, que viene tarde o nunca, es proporcional a los premios que recibe, también escasos. A estas razones  valedoras de la profesión militar, añade el orador una apasionada defensa de las armas como garantes de la paz y de la elaboración y cumplimiento de las leyes, si bien nos llama la atención sobre los peligros de la artillería y de la guerra en el mar, que tanto bienes y vidas sacrifica. Claro que DQ es parte interesada en sus conclusiones pues, como buen caballero andante, manifiesta su temor de que las nuevas armas  le resten méritos:

todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra.

Tanto en este alegato como en la interpolación de la historia del cautivo y su enamorada Zoraida (capítulos 39-41) proyecta Cervantes su experiencia militar y marinera.  Los viajes del soldado cautivo por el Mediterráneo dan fe del conocimiento que el autor tenía de la geografía, las costumbres y la historia de su tiempo. La biografía del pirata Uchalí Farfax es el complemento de un universo social plagado de renegados, conversos de conveniencia, cautivos y pícaros, que constituyen un mosaico de gentes y vidas   emanadas de la tradición de los romances y relatos moriscos.

La emoción fácil y el llanto sin tasa que adornan este género novelesco tienen su continuidad en la historia del enamorado don Luis, disfrazado de mozo de mulas para ir tras su amada, la hija del oidor, que también se aloja en la venta. El desenlace de esta historia de amor tiene lugar en el capítulo 44, tras muchas lágrimas y gemidos, cuando todos los enredos se deshacen, y el final feliz reúne a cada amante con su amada y los problemas se resuelven favorablemente para todos y todas. Este género narrativo exigía que el relato estuviera plagado de sufridas huerfanitas y desinteresados o generosos varones prontos al rescate amoroso de las destinatarias de sus favores. El almibarado comportamiento de los personajes, delicia de un público femenino y poco ilustrado, era un tópico necesario y conveniente  para este género novelesco cercano a lo romántico y sentimental.

No podemos olvidar el juego entre lo real y ficcional, esencia de la novela cervantina, pues mientras los viajeros cuentan sus historias, el cura y el barbero junto al resto de personajes, representan sus papeles como escolta del andante caballero y su escudero, en busca de micomiconas aventuras y dignos trofeos. En esta historia donde los personajes fingen ser otros para dar gusto a DQ en el seguimiento de su engaño, se produce ese fenómeno que algunos han llamado quijotización, necesario  para que los personajes de una ficción formen parte de la historia. Así que la increíble falta de verosimilitud de los relatos interpolados, plagados de tramas inconcebibles y prodigiosas casualidades, hace que la disparatada conducta de DQ resulte más  coherente y creíble que la de los artificiosos personajes de la novela morisca o sentimental.

Inversión y contraste en este alarde de habilidades  narrativas de Cervantes que, además de desmontar los componentes del relato para dar una lección metaliteraria a los lectores atentos, exhibe un muestrario de géneros que evidencian su talento. Tampoco olvidamos la comicidad por  contraste y acumulación, en estos capítulos, en los que un amoscado DQ manifiesta su preocupación por la escasa atención que le prestan aquellos que le rodean, más atentos a las vicisitudes de los azarosos acontecimientos de cautivos y enamorados, que a su caballeresca misión.

La decisión de DQ de velar el descanso de las supuestas damas bajo el ventanuco de la venta, y la broma de Maritornes atando a Rocinante, dan con los huesos de DQ en el suelo, cuando las cabalgaduras de los huéspedes olfatean los efluvios del rocín. Esta situación cómica sirve de contrapunto a tanta aflicción y sufrimiento, pues DQ no osaba hacer movimiento alguno, y no pudiendo soltarse, recurre al truco del encantamiento, comodín que explica todas sus desventuras. La voz narradora que conduce el relato pone de manifiesto la rabia y frustración del caballero mediante una enfática acumulación de anáforas, recurso de intensificación que humaniza al disparatado personaje atribuyéndole, paradójicamente, una conducta más cercana a lo real que a lo ficticio:

Allí fue el desear de la espada de Amadís, contra quien no tenía fuerza de encantamiento alguno; allí fue el maldecir de su fortuna; allí fue el exagerar la falta que haría al mundo el tiempo que allí estuviese encantado, que sin duda alguna se había creído que lo estaba; allí fue el acordarse de su querida Dulcinea del Toboso; allí fue el llamar a su buen escudero Sancho Panza, que, sepultado en sueño y tendido en el albarda de su jumento, no se acordaba en aquel instante de la madre que lo había parido…[…] allí..[…] allí… y finalmente, allí le tomó la mañana, tan desesperado y confuso que bramaba como un toro…

Otra escena cómica tiene lugar en los capítulos 44 y 45 cuando la discusión entre don Luis y sus criados se  simultanea con la pelea del ventero con los huéspedes que se marchan sin pagar. Mientras tanto, Sancho, sumido en su ficcional disparate, se enfrenta al barbero por la bacía que es yelmo o el yelmo que es bacía.  Al final todos pelean con todos y cada vez se suman más personajes a la trifulca, en  tal número y cantidad de gente, que recuerda a la secuencia del camarote de los hermanos Marx, salvando las distancias, claro. La descripción de la pelea es excelente en su expresiva y dramática vivacidad, por lo que no nos resistimos a transcribirla:

Los criados de don Luis rodearon a don Luis, porque con el alboroto no se les fuese; El barbero, viendo la casa revuelta, tornó a asir de su albarda, y lo mismo hizo Sancho. Don Quijote puso mano a su espada y arremetió a los cuadrilleros. Don Luis daba voces a sus criados, que le dejasen a él y acorriesen a don Quijote, y a Cardenio, y a don Fernando, que todos favorecían a don Quijote. El cura daba voces, la ventera gritaba, su hija se afligía, maritornes lloraba, Dorotea estaba confusa, Luscinda suspensa y doña Clara desmayada. El barbero aporreaba a Sancho, Sancho molía al barbero; don Luis, a quien un criado suyo se atrevió a asirle del brazo, porque no se fuese, le dio una puñada que le bañó los dientes en sangre; el oidor le defendía; don Fernando tenía debajo de sus pies a un cuadrillero, midiéndole el cuerpo con ellos muy a su sabor; el ventero tornó a reforzar la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad: de modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre.

En este punto de la historia, Cervantes hace reaccionar a su criatura literaria con un comportamiento paradójicamente ambiguo, pues es el loco el que pone cordura y orden en la refriega, finalizando el capítulo con un excelente e idealizado discurso sobre la auténtica justicia de la andante caballería. Los oyentes, entre  los que se incluyen los miembros de la Santa Hermandad que portan la orden escrita  para detener al caballero, se quedan con las ganas gracias al engañoso complot  que traman el resto de personajes. Parten hacia la aldea, tan contentos con la representación de un engaño tan loco como el de DQ.

Los siguientes capítulos relatan la salida de la venta y las conversaciones que unos y otros mantienen por los caminos que llevan a la aldea, donde acabarán el viaje y esta primera parte de la novela. Llenas de humor son las pláticas entre DQ y su escudero, contraponiendo como viene siendo habitual el idealismo ficcional del caballero  al realismo acomodaticio de Sancho. Así, los besos de don Fernando a su amada Dorotea, el olor que aquel desprende…, todo es resultado de maléficos encantamientos y desatinos novelescos. Hay que añadir que, inmersos en el engaño ficción al, los personajes se comportan y hablan con el pulido y parodiado lenguaje de la vieja caballería andante, como sucede con el discurso de despedida del barbero, lleno de cómicos augurios y referencias librescas.

Muy interesante es la conversación que mantienen el canónigo y el cura en este capítulo y  los siguientes sobre los libros y el arte de las comedias, pues de nuevo se filtra el juicio cervantino en los parlamentos de estos dos personajes. Respecto a los libros de caballería, reiteran ambos el peligro de que los lectores confundan ficción y realidad, y así pierdan el seso. Por el contrario, defienden las buenas novelas que, según ellos dicen, deben ser ficciones verosímiles y que cuenten historias bien cohesionadas que sirvan de entretenimiento, sin descuidar el provecho y el estilo digno. Se elogian aquí las bellas descripciones de la naturaleza y otros espacios, los personajes nobles como los héroes clásicos, y sus ejemplares hechos; todo ello adornado por un arte de narrar que aproxime el relato a lo verdadero.

-Y siendo esto hecho con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere posible a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lazos tejida, que después de acabada, tal perfección y hermosura muestre, que consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseñar y deleitar conjuntamente, como ya tengo dicho. Porque la escritura desatada destos libros  da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y la oratoria; que la épica también puede escribirse tanto en prosa como en verso.

Este discurso metaliterario, muestra del gusto por la tradición y la modernidad del autor de El Quijote, se completa con una profunda y clara reflexión sobre la influencia del público en la calidad de las obras literarias, que nada envidia al debate actual sobre los contenidos de la TV o de otros medios. Afirma el canónigo, ese alter ego de Cervantes, que a los ignorantes les gustan los disparates y a los sabios la verdad, de tal forma que los buenos libros agradan a unos pocos, y los malos son los más populares. Las palabras del cura trasladan la crítica a la falta de verosimilitud de las comedias contemporáneas a Cervantes, y eximen de la culpa a los autores, pues son los que comercian con el arte los que han convertido las obras en mercadería vendible. Elogia, por el contrario, las buenas virtudes de la comedia sustentada en el respeto y aplicación de la regla de las tres unidades, de tiempo, espacio y acción, como no podía ser de otro modo. Y así como se lamenta de que, por dineros, haya tan malas obras publicadas, mientras otras buenas duerman en el cajón, afirma que debía haber una autoridad que controlara la calidad de lo que se publica. Más moderno, actual y universal, imposible.

Y entre humorísticas y sutiles pláticas discurren los dos últimos capítulos de la primera parte de El Quijote, en las que el caballero argumenta sobre la verdad de su encantamiento, ante el escepticismo burlón de Sancho. Así que entre los dislates de DQ, que da igual valor a los héroes históricos que a los librescos, y sus lúcidos argumentos para defender la necesidad de la fantasía y la ilusión en nuestras vidas, se contagia Sancho de tal modo que también discursea sobre el placer de ver sus deseos realizados:

-No sé esas filosofías –respondió Sancho Panza- mas yo sólo sé que tan presto tuviese yo el condado como sabría regille; que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo; y siéndolo haría lo que quisiese; y haciendo lo que quisiese haría mi gusto; y haciendo mi gusto estaría contento; y en estando contento no tiene más que desear, acabóse, y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro.

Como siempre, Sancho adapta las ideas de DQ a su realidad y a sus intereses, y tan contento. Tras encontrar  a un cabrero que vaga por los montes con su cabra, éste les relata su historia de amores fallidos con la hermosa Leandra. Esta nueva interpolación es otro relato sentimental en el que los amantes se disfrazan de pastores para llorar en la naturaleza sus fracasos. Pero el encuentro acaba mal al arremeter DQ contra el cabrero, primero y contra una procesión de disciplinantes, después. Tras muchos y cómicos revolcones, puñadas y golpes, entran todos en la  aldea ante el asombro de sus habitantes y el llanto de las mujeres que cuidaban a DQ. Pues allí se renovaron las maldiciones de los libros de caballerías; allí pidieron al cielo que confundiese en el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates.

Destacamos aquí el planto de Sancho ante un DQ caído y maltrecho, al que cree muerto. Toda una parodia de estas elegías, que evidencia hasta qué punto Sancho se ha contagiado de los sentimientos y del lenguaje  de su amo:

-¡Oh flor de la caballería, que con sólo un garrotazo acabaste la carrera de tus bien gastados años! ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aún de todo el mundo, el cual faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías!  ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡Oh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!

Pone fin al capítulo la voz indirecta del narrador, que, en nombre del autor,  cierra esta parte y promete una tercera salida de DQ y nuevas aventuras, y pide a los lectores que den a su historia el mismo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballería. Cierran esta primera parte un conjunto de sonetos y poemas satíricos, similares a los del inicio y tan imaginarios y disparatados como los primeros. Versos encontrados en unos supuestos pergaminos guardados en una misteriosa y conveniente caja hallada en las ruinas de una ermita. Ofrecemos una muestra del último de ellos, junto con la invitación a leer el resto, con diversión asegurada:

De Tiquitoc, académico de Argamasilla,
En la sepultura de Dulcinea del Toboso

Epitafio

Reposa aquí Dulcinea;
y, aunque de carnes rolliza,
la volvió en polvo y ceniza
la muerte espantable y fea.
Fue  de castiza ralea
y tuvo asomos de dama;
del gran Quijote fue llama,
y fue gloria de su aldea.


GB

domingo, 5 de mayo de 2013

Quijote: capítulos 28-37


Quijote, capítulos 28-37

Se inicia la cuarta parte de la novela con el capítulo 28, en el que el narrador, consciente de lo divertida que resulta su historia, elogia a su personaje y comenta su obra, así como los relatos insertados. Pues afirma que en aquellos tiempos -de crisis, como ahora- eran necesarios “alegres entretenimientos, no sólo de la dulzura de la verdadera historia, sino de los cuentos y episodios della, que, en parte no son menos agradables y artificiosos y verdaderos que la misma historia”
  
Por eso los capítulos 28 y 29 giran alrededor del relato de Dorotea, a la que descubren en el monte mientras se lava los pies en un arroyo, quedando todos – “el cura y los que con él estaban”- deslumbrados por la blancura de sus piernas “de blanco alabastro”.El retrato de Dorotea se ajusta al canon de belleza femenino, con las pertinentes y habituales exageraciones:

Los luengos y rubios cabellos no sólo le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos, que si no eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecía; tales y tantos eran. En esto les sirvió de peine unas manos, que si los pies en el agua habían parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve”

Esta interpolación, el relato de Dorotea, es un reconocimiento de la fuerza de este personaje femenino. Su discurso en primera persona defendiendo el derecho de la hidalguía al honor y a la honra, pese a la desigualdad de clase, reproduce  los  valores que sustentan la comedia lopesca y barroca. La narración de la historia de Dorotea atrapa la atención de los que la escuchan por su amenidad basada en un uso magistral de la tensión narrativa. La aparición del personaje de don Fernando articula este relato con el de Cardenio y Luscinda, con lo que todo queda bien atado y las tramas mezcladas. Además Dorotea reflexiona sobre las convenciones sociales, los matrimonios desiguales y la independencia de la mujer justa e ilustrada.  Además queda en evidencia la lujuria masculina, pues todos los hombres que conocen o ayudan a Dorotea en su huida acaban deseando  sus favores. Sólo su firmeza y valor la libran de ese destino y la conducen a una vida pastoril alejada de un mundo amenazante. 

Estos capítulos también son una muestra del perspectivismo cervantino, pues el lector conoce la triste historia de Cardenio desde otro punto de vista. Otros ejemplos de este recurso los encontramos en la aparición de personajes “salvados” anteriormente por DQ. El relato que hace el cura del desafortunado asalto y liberación de los galeotes pone en evidencia tanto el diferente punto de vista como la lucidez de DQ al disimular avergonzado ante las consecuencias de sus actos. Lo mismo podríamos decir de la aparición del propio Ginés de Pasamonte, con su verdadera cara de ladrón y maleante, y del  azotado Andrés, que se ceba en un afligido DQ, debido a las grandes desgracias reales que le sobrevinieron tras ser rescatado  por el loco caballero.

Precisamente Cardenio, al reconocerse como personaje del relato de Dorotea, cobra conciencia de su disparatada conducta y lamenta la nefasta pasividad de su comportamiento cobarde ante la huida de Luscinda. Así que pasa a la acción y participa en el complot urdido por el cura y resto de personajes para preparar la representación caballeresca, que les permitirá rescatar a DQ de su locura y llevarle a su casa. De modo que para salvar al protagonista  de su enajenación, simulan todos ser personajes ficcionales de la más absurda y paródica novela de caballerías.

El relato del reino Micomicón, su reina y el rey Tinacrio el Sabidor, el gigante Pandafilando de la Fosca Vista -pues era bizco- resulta tan cómico y extravagante como el lenguaje  caballeresco que hilvana la descabellada historia (cap. 30). El humor viene dado sobre todo por el contraste entre lo fantástico de la ficción y el pragmatismo de Sancho, muy preocupado por su futuro, tanto en lo que se refiere al nombramiento de DQ como arzobispo como al necesario matrimonio de éste con la princesa rescatada (cap. 31). En ambos casos Sancho ve problemas: en  hacerse eclesiástico siendo casado o en el empeño de DQ  en servir a Dulcinea, lo que pondría en peligro el merecido trofeo por sus hazañas.

Los capítulos 30 y 31 muestran al grupo en las montañas y en los caminos de vuelta a la venta. Lo más sabroso son las conversaciones entre DQ y Sancho sobre los más variados temas de caballería. Las disputas sobre con quién debería casarse el hidalgo terminan con el enfado de DQ y alguna colleja para Sancho, cuya simplicidad asombra a todos. El ingenio cervantino nos ofrece una muestra magistral en las visiones contrarias y paralelas que amo y criado tienen de Dulcinea. Así, “la reina de la hermosura… ensartando perlas” es para Sancho, una moza “ahechando dos hanegas de trigo” .Cuando DQ se refiere a “tan alta señora”, Sancho replica: “tan alta es, que a buena fe me lleva a mí más de un coto”. Si DQ pregunta por “un olor sábeo, una fragancia aromática…” Sancho contesta que sintió “un olorcillo algo hombruno” como si estuviera ella “sudada y algo correosa”.

Sancho va  improvisando en su ficcional y cómica historia con gran  habilidad para hacer coherentes sus mentiras. A veces recurre al ingenio, como cuando le explica a DQ  la entrega de la carta a Dulcinea y las risas de ésta ante el nombre de Caballero de la Triste Figura, así como su agrado ante la pleitesía del vizcaíno y los galeotes. Y si hay incongruencias en el relato, DQ las solventa con encantamientos y magos como es costumbre en las novelas de caballerías, con lo que los dislates de ambos se cohesionan en un orden disparatado pero perfecto. En estos capítulos el narrador cuenta hechos simultáneos, pues mientras DQ y Sancho platican, el resto de personajes comentan los detalles de la locura de DQ, del que dice el cura más adelante que es bastante cuerdo si no le mientan los libros de caballería.

La llegada a la venta (cap. 32) reúne al grupo con los venteros, criadas y otros huéspedes que entablan conversación sobre los libros de caballería. Es interesante cómo se distinguen los gustos masculinos de los femeninos, pues mientras el ventero prefiere los episodios de luchas y aventuras, la ventera y Maritornes gustan más de los dulces requiebros de los amantes y de las quejas de las damas. El toque realista lo pone la moza que dice no entender la crueldad de las damas y los apelativos que con ellas usan los caballeros:

“…las llaman tigres leones y otras inmundicias…y tan sin conciencia que por no mirar a un hombre honrado, le dejan que se muera o que se vuelva loco. Y no sé qué es tanto melindre: si lo hacen de honradas, cásense con ellos, que ellas no desean otra cosa.”

Tras revisar los libros que hay en la venta, el cura se despacha contra los malos libros de caballería, como hicieran en el capítulo VI. Como entonces se reprocha a las novelas sus disparatados argumentos y la carencia de verosimilitud. A las razones del cura replica el ventero con una apasionada defensa de los personajes caballerescos, ya que entiende que tanto éstos como sus peripecias son reales:

“…Felixmarte de Hircania, que de un revés solo partió cinco gigantes por la cintura…y otra vez arremetió contra un grandísimo y poderosísimo ejército, donde llevó más de un millón y seiscientos mil soldados[…] Don Cirongilio de Tracia[…]le salió una serpiente de fuego[…]y le apretó con ambas manos[…]y no tuvo otro remedio sino dejarse ir a lo hondo del río…y cuando llegaron allá abajo, la sierpe se convirtió en un anciano que le dijo…”

La actualidad de estos comentarios se complementa con una irónica alusión a una segunda parte de don Quijote, cuyo autor sería el ventero,  pues –según Cardenio- “él tiene por cierto que todos estos libros cuentan que pasó ni más ni menos lo que escriben, y no le harán creer otra cosa frailes descalzos.”
Si estas palabras son una velada alusión a El Quijote de Avellaneda, juzgue el lector. No podía faltar la reacción de Sancho y su preocupada confusión ante los términos en que se habla de los dislates de las aventuras caballerescas, y con su habitual sentido común, decide esperar a ver qué pasa, y si las cosas no le van bien con DQ, “determinaba dejalle y volverse con su mujer y sus hijos a su acostumbrado trabajo”.

Los tres capítulos siguientes contienen la novela de El curioso impertinente, donde se cuenta la historia de la enfermiza obsesión de Anselmo por poner a prueba la honradez y fidelidad de su mujer, Camila, con la ayuda de su amigo Lotario. Con el grupo de oyentes de la venta asistimos a las razones y argumentos de Lotario y a una extensa disertación sobre los valores y honestidad de las buenas esposas, así como la justificación del amor verdadero. El conflicto se resuelve como en las comedias de enredo, y con el marido engañado colaborando en el engaño y contribuyendo al regocijo de los amantes adúlteros, por la insistencia del marido. La moraleja es que todos pierden, víctimas de la enajenación de Lotario.Todo un caso para los tratados de psiquiatría.

El relato se interrumpe por el conocido ataque de un DQ adormilado a los cueros de vino del ventero, pues donde el hidalgo ve gigantes, el criado ve la sangre derramada. La comicidad de la escena contrasta con la fina ironía del narrador, cuya opinión sobre esta novela es evidente:

“¿Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que se daba a Satanás”.
 
El episodio concluye con una genial lamentación de la ventera por los daños sufridos, que finaliza con la paródica maldición de los responsables de todos sus males. Todo un ejemplo del género:

“En mal punto y en hora menguada entró en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta. La vez pasada se fue con el costo de una noche, de cena, cama, paja y cebada para él y su escudero, y un rocín y un jumento, diciendo que era caballero aventurero, que mala ventura le dé Dios, a él y a cuantos aventureros hay en el mundo, y que por esto no estaba obligado a pagar nada, que así estaba escrito en los aranceles de la caballería andantesca[…] Y por fin y remate de todo, romperme mis cueros y derramarme mi vino, que derramada le vea yo su sangre.

Los capítulos 36 y 37 cierran las narraciones interpoladas con la llegada de don Fernando y Luscinda y la reunión de cada amante con su pareja, con un final feliz típico de la novela sentimental. Se suceden discursos sobre el amor y el honor, y todos quedan asombrados y contentos, salvo Sancho, disgustado por haber perdido su oportunidad de enriquecerse:

“Todo esto escuchaba Sancho, no con poco dolor de su ánimo, viendo que se le desparecían e iban en humo las esperanzas de su dictado, y que la linda princesa Micomicona se le había vuelto en Dorotea, y el gigante en don Fernando, y su amo se estaba durmiendo a sueño suelto, bien descuidado de todo lo sucedido.”

Es de interés señalar el continuo proceso de “quijotización” de los personajes que acompañan a DQ. Cada vez son más los que participan en el engaño  con el fin de  rescatar al caballero de su locura, para lo cual han de simular todos ser tan locos como él. Destacan en este capítulo (37) las peregrinas razones de Dorotea para explicar que sigue siendo princesa sin dejar de ser lo que era, complejo e insensato argumento que DQ acoge con gusto. Se inicia aquí la historia de Zoraida, ejemplo de novela morisca, que se desarrollará en los posteriores capítulos. Y el famoso discurso sobre las armas y las letras, donde DQ compara “los espíritus” del guerrero  y del letrado. Como este discurso continua en el siguiente capítulo, dejamos para otra ocasión su comentario. GB











lunes, 29 de abril de 2013

El afinador de Pianos, de Daniel Mason

El afinador de pianos: un viaje hacia el sueño mítico y vital

En esta novela encontramos las peripecias del inglés Edgar Drake, un hombre corriente con una profesión singular: reparador y afinador de pianos, especializado en los famosos y excelentes Erard. Con una vida gris y un matrimonio rutinario, Drake recibe una sorprendente proposición del ministerio de Defensa británico para arreglar un Erard en Mae Lwin, un territorio habitado por los shan, en los confines orientales de la Birmania  colonial de finales del XIX.

El viaje supone salir de la aburrida vida occidental para conocer la aventura de lo desconocido y exótico. La partida desde el buque en que se embarca Drake está envuelta en la niebla y la bruma, que evocan la ambigüedad y el vacío de los sueños y los deseos no cumplidos. Cuando la mirada del viajero “contempla los remolinos blancos” que la espesa bruma forma en sus dedos, el narrador nos sitúa en el inicio de la aventura:

“Blanco. Como una hoja de papel, como el marfil sin tallar, todo es de color blanco cuando empieza la historia.”

El relato del viaje nos llega a través de la voz narradora de un testigo bastante omnisciente que complementa los detalles de la historia con cartas de Edgar a su mujer, informes oficiales de los militares y del dueño del piano, el misterioso, enigmático y atractivo doctor Anthony Carroll. A partir de ese momento van desapareciendo los blancos nebulosos de la vida de Drake para llenarse de sensaciones cálidas y cromáticas tonalidades, desde el brillante y azul Mediterráneo, el  perturbador Índico con la agitación y abigarramiento de Calcuta, hasta la inquietante y luminosa Birmania. Esta tierra, bañada por un sol excesivo, que hace perder a las cosas y a los paisajes sus perfiles y sus límites, va sumergiendo al viajero en una irrealidad fascinante, que narcotiza la razón y aviva los sentidos y las pasiones.

La percepción de que su itinerario interior le llevará a una transformación vital y existencial, cobra en la novela carácter de presagio de la muerte como forma de acceso a otro plano de la realidad. Este lenguaje simbólico se atribuye a las creencias de los shan, a los que el narrador atribuye más valor intuitivo y verdadero que a las racionales afirmaciones occidentales:

“Por eso las lunas llenas marcan los principios, los momentos del cambio, y se debe prestar mucha atención a los presagios”

El carácter  mítico del viaje de Edgar  adquiere un tono premonitorio en el relato del viejo africano al que llaman Hombre de Una Sola Historia. Su cuento narra  su encuentro, cuando era joven y estaba perdido en una tormenta de arena, con una especie de sirena del desierto. Así como los marineros de La Odisea son atrapados por  sus mágicas melodías, el mozo queda sordo para siempre tras escuchar su canto. Como él mismo dice, “después  de haber escuchado algo tan hermoso, dejé de captar el sonido […] después de aquella canción, para mí ya no puede haber más historias después de aquélla.”

La llegada a Rangún y el posterior viaje a Mandalay permiten al lector acercarse al ambiente militar de los colonizadores británicos y sus costumbres. Desde el comienzo, Edgar siente indiferencia por el mundo que se le ofrece y no comprende la forma de ocupación del imperio inglés en sus colonias. Su espíritu  inquieto y su emotiva curiosidad le hacen sentirse mucho más cerca de la cultura nativa y del hombre que le ha impulsado hacia las lejanas tierras de Oriente para afinar un piano. Contempla con irónica distancia las reuniones y formas de diversión de los colonos (caza del tigre), y no niega que le aburren y no le interesan. “Da la impresión de que han importado el ambiente”: eso es lo que piensa Edgar de sus  compatriotas.

El viaje de Mandalay a Mae lwin y el pueblo de los shan transcurre en un agitado espacio emocional, en el que Edgar descubre un mundo nuevo y vivificante lleno de sensualidad y belleza. Su identificación con el doctor Carroll y su proyecto de pacificar los territorios mediante la música y la palabra, le trasladarán a otro universo lejano y aislado, del que no podrá partir nunca más. Como Ulises, Edgar ha quedado atrapado en el mundo de los sueños cumplidos y no podrá volver al lugar anterior del cual procedía. Su viaje, abrazado al piano, acaba en las aguas del río donde lentamente se sumerge. No tiene retorno,  pues su dirección lo lleva hacia la aldea de los shan, hacia el mundo mágico de Mae Lwin. Cuando el héroe muere, acaba el relato. GB



vocabulario marinero en "Huracán en Jamaica"


Vocabulario marinero en Huracán en Jamaica

Las palabras no están ordenadas por orden alfabético, sino según van apareciendo en la novela, más o menos.  

Camarote: aposento de un barco destinado a habitación o alcoba.
Pañol: cualquier compartimento donde guardar municiones, víveres, etc.
Deriva: navegar sin rumbo llevado por el mar.
Bricbarco: bergantín de tres palos.
Goleta: embarcación de dos palos y y una cangreja en cada una.
Flechastes: escala de cuerdas para subir a lo alto de la arboladura.
Verga: percha donde se aseguran las velas cuadradas.
Estay: cabo que va de la cabeza de un mástil al inmediato.
Bauprés: palo horizontal  al que van a parar las cuerdas que sostienen los foques en la proa de los buques.
Arrecife: peñasco o escollo a flor o casi a flor de agua
Nudo: cada una de las puntas de la corredera o pieza movediza por la que se deslizan los cabos.
Cubierta: plano superior de un buque.
Puente: superestructura más  elevada de un barco, en el sentido de la manga (anchura máxima de un buque).
Litera: cama fija de un camarote.
Castillo de proa: cubierta elevada de proa.
Escotilla: abertura en la cubierta del buque.
Halar: tirar de las cuerdas.
Sotavento: parte contraria de donde sopla el viento.
Barlovento: parte de donde sopla el viento.
Barloventear: navegar de bolina, en la dirección del viento.
Bodega: espacio en el interior de los buques.
Bote: barco pequeño.
Timonel: el que gobierna el timón de la nave.
Timón: pieza que gobierna el rumbo o la dirección de la nave.
Velero: embarcación ligera.
Claraboya: ventana superior sin postigos, con cristales.
Bergantín: navío con dos palos y velas cuadradas.
Mastelero: palo menor que se pone sobre cada uno de los mayores de los buques.
Mesana: en los barcos de tres palos, el más cercano a la popa. Vela cangreja armada en ese palo.
Cangreja: se dice de las velas trapezoidales.
Mástil: Palo de un buque.
Proa: parte delantera del buque.
Popa: parte trasera del buque.
Petifoque: foque (vela triangular) pequeño.
Botalón: viga o madero que sobresale del barco, cuyo objeto es descargar o elevar pesos, etc.
Malacate: máquina semejante a un cabrestante invertido.
Cabrestante: torno vertical para mover grandes pesos.
Palo: mástil mayor del buque, el que está en medio de tres.
Aparejo: conjunto de velas y jarcias del barco.
Jarcia: aparejos y cabos del barco.
Cordaje: conjunto de cabos y cuerdas.
Catalejo: anteojo.
Bitácora: caja en que se pone la aguja de marear, la brújula.
Derrota: rumbo que siguen las embarcaciones.
Trinquete: palo delantero en las embarcaciones.
Penol: punta o extremo de las vergas donde se aseguran las velas.
Braza: medida de longitud equivalente a dos varas (1´67 m.)
Roda: Pieza gruesa y curva que forma la proa de la nave.
Fragata: buque de tres palos con cofas y velas entre ellos.
Cofa: especie de tabla colocada horizontalmente en la extremidad superior del palo mayor.
Pairo: acción de pairar la nave, navegar al pairo.
Pairar: estar la nave quieta, con las velas tendidas y largas las escotas.
Escotas: cabos con que se tensan las velas.
Obenque: cada uno de los cabos que sujetan la cabeza de un palo o un mastelero.

Mari Creu Altabert.


viernes, 26 de abril de 2013

Huracán en Jamaica





Huracán en Jamaica

Lo que se cuenta en esta novela, escrita por Richard Hughes y publicada en 1929, es la historia de unos niños que son raptados por piratas cuando regresaban a Inglaterra desde Jamaica, donde hasta entonces vivían con sus padres. Tras un argumento que se ajusta al modelo de novela de aventuras se esconde –como es habitual en estos relatos- un complejo universo de ideas que proyectan la forma de pensar del autor sobre el hombre y su circunstancia. Como vimos en las dos novelas ya leídas y comentadas en nuestro Club de Lectura (Robinson Crusoe y Lord Jim), el viaje se convierte en una metáfora de la vida de los personajes, de sus emociones, sus cambios vitales y su crecimiento personal.

Los personajes de esta novela se encuentran en Las Antillas, cuando éstas iniciaron su proceso de emancipación de la corona británica. El desastre producido por un terrible huracán decide a los colonos Bas-Thornton y a los criollos Fernández a embarcar a sus hijos (siete en total) en un barco que los  lleve a Inglaterra, donde se supone estarán a salvo. La historia es conducida por un narrador en tercera persona, que se introduce ocasionalmente en el relato usando la primera e impregnándolo de irónicos comentarios,  muestra de su implicación en los conflictos de sus criaturas, a las que analiza con una precisión no exenta de cierto cinismo. 

La mayor parte de la novela se desarrolla en el barco donde los niños establecen una peculiar relación con los piratas, especialmente con el capitán Jonsen y su segundo, Otto. El barco se convertirá en el espacio vital en el que los personajes vivirán su particular odisea, un itinerario interior situado entre dos mundos lejanos y casi míticos: la lejana Jamaica del pasado y la Inglaterra del futuro. Entre los personajes destaca Emily, que a sus diez años ha de enfrentarse al descubrimiento de sí misma y de lo significativo y duro que es el propio crecimiento. Enfrentada al mal y a la necesidad de mentir y ocultar sus actos, este personaje simboliza el cambio personal e iniciático hacia el mundo de los adultos, en el que deberá integrarse para sobrevivir. Una niña en su proceso de transformación, llena de matices, voces y silencios sobre la que habrá mucho qué decir y opinar.

Tras las peripecias de la aventura se  adivinan las opiniones del narrador sobre dos aspectos: la moral conservadora de la sociedad victoriana, que Emily y  sus hermanas reproducen en sus ingenuos actos, como el despectivo comentario sobre los pies descalzos de los negros y de las niñas Fernández, al considerarse a ambos como “no ingleses”. Más significativo es el episodio donde Jonsen riñe a las niñas por deslizarse por la cubierta del barco como si fuera un tobogán y les dice que “si rompen sus bragas, él no se las remendará”. Lo que incomoda y ofende a las niñas es el hecho de haber  escuchado la palabra “bragas”, no el hecho de ser reprendidas.

Pero lo más relevante de la novela desde el punto de vista temático es el análisis de la infancia como una etapa misteriosa e incomprensible para los adultos. Las disquisiciones sobre esta cuestión son auténticos discursos argumentativos, a veces serios, a veces irónicos. Lo que desmonta el narrador cuando se pregunta si los niños son humanos o locos es, sobre todo, la idea de que los padres sean verdaderamente importantes para sus hijos. Según su teoría, los niños sólo tienen la experiencia del presente limitándose a vivirlo sin trascender el tiempo. Esta cualidad infantil les permite sobrevivir a su estancia en el barco pirata, ya que para ellos todo se convierte en un juego. Son los mayores los que interpretan estos hechos a su manera y de acuerdo con los valores establecidos que regulan las normas éticas y sociales. El juicio final, en el que se condena a los piratas a la pena capital por algo que no han hecho, es una buena muestra de por donde van esos valores.

Pero no debemos olvidar a Emily, que se sale de este esquema, pues, al situarse  en la frontera de asumir la responsabilidad de sus actos y ocultarse en el mundo infantil “de papás, mamás y pasteles de cumpleaños”, oscila de un lado a otro, sin conciencia plena de la trascendencia de su declaración ante el tribunal de justicia. Un atisbo de lo terrible de la condena del capitán y los suyos está al final de la novela cuando Emily pregunta a su padre sobre el destino de su gato Tabby perseguido por una violenta jauría salvaje ¿Se trata  de un símbolo de lo que les espera a los piratas enjaulados por la gente de bien?
Para la infantil Emily es más importante un pequeño terremoto que un gran huracán, dormir con una cría de caimán que matar a un hombre. Una visión de la infancia bastante sarcástica. Claro que no lo son menos los comentarios sobre la rígida y esperpéntica religiosidad de Rachel y su afán de convertir cualquier objeto en muñeco al que cuidar, ya que “parodiando a Hobbes, reivindicaba como suyo todo aquello en que se había posado su imaginación.

Acabamos con algunas muestras de la ironía del narrador:

“¿son los niños seres humanos? La verdad es que parecen humanos como muchos monos… En realidad están locos.”
“Los cerdos crecen rápidamente, más rápido incluso que los niños”
“...y con espíritu napoleónico –aunque embotado- subió a cubierta…”

No olvidamos las caricaturas como la de Thornton con sus largas piernas colgantes sobre la escasa cabalgadura, o las alusiones a los desvaríos  psicológicos de la Sra. Thornton sobre las emociones y sentimientos de sus hijos. Por cierto, que eso no quita que sea  el padre de Emily el único personaje que se da cuenta de lo que ha hecho su hija. Según el narrador, ésta no se diferencia de cualquier niña de su edad, y lo afirma en primera persona. Aun faltaban 25 años para que Willian Golding publicara El señor de las moscas. Hay, sin duda, muchas más cuestiones que plantear, muchos más matices que hacer, pero para eso nos reuniremos en nuestro Club. GB





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